EL CULTO AL DIOS TLALOC – DIOSES DEL VIEJO MUNDO

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Aunque ya era tiempo de lluvias, Tláloc, el dios de la lluvia, no prestaba ni la menor atención a ese desierto.
Con el murmullo del tambor dios como acompañamiento, el sacerdote principal empezó a cantar las salutaciones e invocaciones tradicionales a Tláloc.
El sacerdote de Tláloc recitó invocaciones y oraciones especiales y quemó incienso, todo ello demasiado largo y tedioso, hasta que al fin lanzó muy alto la pelota para que el primer juego empezara.
Hay tanta lluvia durante algunos de esos días, que los charquitos ya secos se convierten en torrentes de agua, pero la gracia de Tláloc no dura más que un mes al año, y la tierra rápidamente absorbe el agua.
El tambor dios, que era tocado con las manos, servía para representar a cualquier dios cuya ceremonia se celebrara; esa noche por supuesto, su cilindro de madera tenía puesto la máscara gigante, tallada en madera, del dios Tláloc.
Cuando llevaba en el desierto cerca de un año y llegó la primavera, yo me encontraba en ese tiempo entre las gentes de la tribu iritila, entonces vi que Tláloc sí escupe algo de su lluvia en el desierto, pues por espacio de un mes, de veinte días, llueve.
Ese ruido combinado era tan increíblemente fuerte que ni siquiera el sacerdote principal podía escuchar sus propias palabras, que cantaba sobre los dos niños cuando los sacó de la silla y los levantó uno por uno para que Tláloc pudiera verlos y diera su aprobación.
El sacerdote principal terminó su canto de introducción con las antiquísimas palabras rituales, gritando lo más que pudo: ¡Tehuan tiezquíaya in ahuéhuetl, in póchotl, TLALOCTZItf!, que quiere decir: ¡Quisiéramos estar debajo de los cipreses, debajo del árbol de la ceiba, Señor Tláloc!, que equivale a decir: Pedimos tu protección, tu dominio sobre nosotros.

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