«Empiezo un canto relativo a Poseidón, gran dios, que sacude la tierra y el mar estéril, deidad marina que posee el Helicón y la anchurosa Egas. Una doble honra te asignaron los dioses, oh tú que bates la tierra: ser domador de caballos y salvador de naves.
Salve, Poseidón, que ciñes la tierra y llevas cerúlea cabellera: oh bienaventurado, socorre a los navegantes con corazón benévolo».
Para solicitar una navegación sin obstáculos ni problemas:
«Escucha, Poseidón, regente del mar profundo,
cuyo líquidos brazos oprimen la sólida Tierra.
En el seno de tu amplitud tormentosa,
tenebroso y profundo regazo, posees tu acuático reino.
Tu mano tremenda brocíneo tridente sostiene
y en todos los vastos confines del océano tu poder reverencian.
A ti te invoco, cuyos corceles hienden las espumas,
de su tenebroso encierro las salobres desde la sima ascienden
las ondas innúmeras, amontonadas, rugientes, que tú conduces.
Cuando transitas, soberbio, por el mar burbujeante, las ondas temblorosas acatan tu bronco mandato.
La estremecida tierra y la inmensidad líquida,
¡oh, Dios de oscura cabellera!,
obedecen al Hado que tú ordenas.
Tú mismo, cerúleo Daimán, inspeccionas complacido,
los monstruos que en el océano retozan.
Para unir los extremos del mundo, con favorables brisas.
Las naves allende conduces inflando sus anchas velas.
Acércate, ¡oh, tú de oscuros cabellos!,
otórganos la paz amable, la abundancia
y una navegación sin tropiezos.»
Otra de las prácticas modernas consiste en ofrecer cebada como medio de purificación de un altar, para luego comenzar con una serie de invocaciones y oraciones destinadas al dios de los mares.